Soy un estudiante de la UNAM y, como muchos otros, mi vida de desarrollaba dentro de las páginas de los libros, frente a la pantalla y el teclado de la computadora, bolígrafos y libretas, una mochila negra, un par de anteojos, el celular y mi reloj de pulso, son algunos de los objetos que formaban parte de mi día a día a lo largo de la semana.

Un día inesperadamente esperado en México, llego el momento de refugiarnos en nuestros hogares -para quienes somos afortunados de poder hacerlo- para prevenir que el virus no nos afectara. Pero un día, éste entro a la casa de forma muy sigilosa. Se llevo a un abuelo, enfermó a mi familia.

Tuve que aislarme de ellos y la necesidad me hizo construir un espacio para mí. Con martillo en mano fabrique percheros, repisas donde colocar y exhibir mis objetos, una cama para descansar después de un largo día atendiendo a mi familia.

Descubrí la nobleza de la madera, aprendí el oficio del carpintero, sustituí mis objetos escolares por clavos, lijas, pegamento, un serrucho y pintura. Descubrí una nueva pasión, la carpintería.

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