Cuando le conté a mamá que compré tela e hilos para aprender a bordar durante el confinamiento, ella me develó que en la casa aún tenía la caja de los hilos que usaba mi abuela paterna. Con emoción fui por ella. Es una caja vieja de aluminio que en sus ayeres guardó galletas y cuando se acabaron, la abuela depositó sus herramientas de bordado. Al abrir la caja mis ojos se llenaron de colores. También había agujas de distintos tamaños y una caja ovalada que en su tapa lleva dibujado el rostro de una dama estilo Luis XVI, dentro de la caja hay botones y dedales. Escogí al azar un color y empecé a ponerle escamas a mis peces dibujados en la tela. Desde siempre he tenido una especial conexión con mi abuela Rafaela y esa conexión continúa a pesar de la muerte.

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