Qué rico el Centro. ¡Qué rico, eh, eh, eh!

36 – AC – MUSICOS CALLEJEROS IGLES001 – 35×46 cm

El Centro ha sido escenario del espectáculo desde el siglo XVI en que se presentaban autos sacramentales interpretados en castellano, náhuatl y otras lenguas originarias en plazas públicas -tradición prohibida en el siglo XVIII- hasta los conciertos gratuitos en la plancha del zócalo que se han instituido desde el 2000.

El siglo XIX representó un momento prolífico para los teatros, durante el gobierno de Antonio López de Santa Ana se inaugura el Gran Teatro de Santa Anna que se llamara después Gran Teatro Vergara, Gran Teatro Imperial (nombrado así por el Emperador Maximiliano) y finalmente, Gran Teatro Nacional. En los albores del siglo XX teatros como el Lírico, Xicotencatl (ubicado donde actualmente se encuentra el teatro Esperanza Iris, rebautizado como Teatro de la Ciudad Esperanza Iris), Orfeón, Metropolitan, Follies Bergere y Politeama, presentaron en sus escenarios a artistas que musicalizarían el México posrevolucionario como Agustín Lara, Toña La Negra o Guty Cárdenas, a la par de insólitos éxitos como la zarzuela Chin Chun Chan que contó con 2,000 representaciones en el Esperanza Iris. Las carpas que se instalaban en el Centro y barrios vecinos como Lagunilla o Tepito, presentaban a artistas del género chico como María Conesa, Lupe Rivas Cacho, Mario Moreno Cantinflas o Leopoldo Beristáin, por mencionar sólo algunos nombres de la constelación de estrellas de la carpa y la revista mexicana. El Salón Bach, donde Guty Cárdenas fuera asesinado, o el Smyrna Dancing Club que abriera Antonieta Rivas Mercado ambientaron el Centro durante la década de 1930.

 

Hacia el ya entrado siglo XX, centros nocturnos como el Savoy, Azteca, La Perla, Bombay, El Capri, a ritmo del Rey del Mambo Dámaso Pérez Prado “el carafoca”, enmarcaron a la cintura más breve, Rossy Mendoza y otras vedettes como la Princesa Lea y su coreografía al desnudo dentro de una copa de champaña tamaño humano cubierta de espuma jabonosa que castigaba cualquier voyeurismo. El teatro Blanquita, que fundara Margo Su en 1960 -quien ya contaba con la experiencia del Teatro Margo donde Pérez Prado había debutado recién llegado de Cuba- se convirtió en el lugar popular en el que artistas como Lucha Reyes, Tongolele “la bailarina que sonríe con la cadera”, María Victoria, Lucha Villa, Liza Minelli o Francis -quien mantuvo su show travesti durante diecisiete años- celebraran exitosas presentaciones. El Palacio de Bellas Artes -también llamado por algunos como “Teatro Blanquito”- ha sido, desde su inauguración en 1934, el recinto que consagra o no a los artistas nacionales y ha despedido junto con multitudes a íconos de la cultura como Pedro Infante, Cantinflas, María Félix o Juan Gabriel.

 

En el centro se abrieron los primeros cines de la ciudad, desde el silente Salón Rojo hasta los que protagonizaron el auge del cine del siglo anterior como el Mariscala, Variedades, Alameda, Cinelandia (léase a ritmo de Las caricaturas me hacen llorar interpretada por Queta Garay), Metropolitan, Orfeón (ambos se convirtieron en teatros) en los que el público formó largas filas durante meses ante éxitos de taquilla como Nosotros los pobres en 1948 hasta el ocaso del siglo con las películas de la India María (Las delicias del poder, 1999) y de Gloria Trevi (Una papa sin catsup, 1995). Poco a poco, estos cines quedaron en el abandono y de algunos podemos ver sus marquesinas en orfandad absoluta.

 

El centro no necesariamente continúa siendo epicentro del espectáculo capitalino pero la vida nocturna ha sido distintiva en años recientes con lugares como El Marrakech Salón, La Purísima, el Oasis y el Viena en la calle República de Cuba y Teatro Garibaldi, el 69 y el Wawis sobre Eje Central.

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